THIRD LONELY AGE
Si juntáramos en Madrid a 630.000 personas mayores de 65 años -el 20% de la población- podríamos hacer una nueva ciudad que sería la sexta más poblada de España.
De estas 630.000 personas, más de 160.000 viven solas. A esta soledad objetiva se suma otra más personal, más íntima, que dilata el tiempo sin compañía y hace que las noches sean eternas.
Las horas transcurren en casas llenas de fotos y recuerdos, interrumpidas por la visita ocasional de algún familiar o amigo. Pero los años debilitan esos lazos. Cuando no se han tenido hijos, como suele ser el caso, los pocos parientes están lejos. Las visitas no llegan, el teléfono no suena.
La vejez se presenta a menudo como una «edad de oro» llena de tiempo y oportunidades para hacer todo lo que no se podía hacer en la edad «productiva». Pero con grandes limitaciones de movilidad y pocas relaciones sociales, esos anhelos quedan más lejos que cuando el trabajo, las responsabilidades y la poca conciencia de vejez que ha ganado terreno han convertido la falta de tiempo en el principal obstáculo.
Muchas personas habían asumido la jubilación como la meta de una carrera que debía producir. Cuando llegan, se dan cuenta de que aún conservan su salud y muchas de sus capacidades físicas y mentales, pero no saben cómo compartirlas. Muchos no han cultivado tareas para su tiempo liberado; nadie les ha ayudado a desarrollar actitudes ni a preparar el momento en que la sociedad ya no contaría con ellos como «carga para el Estado», como si no hubieran pagado sus impuestos durante sus años «productivos». Ahora sus pensiones están incluso en peligro.
Investigar las formas visibles o veladas de maltrato a los mayores plantea la falta de relaciones entre vecinos, la necesidad de cambios en los recursos públicos destinados a los mayores y los daños que sufre el tejido social de nuestro entorno.